Después del episodio violento en Kampala (Ver historia anterior en “Africa no es un país”), decido que cuando llegue Verónica nos iremos directamente a Entebbe, en el Lago Victoria.
Quiero ahorrarle a ella y a mí pasar por una experiencia similar.
Estoy contento. Hace mucho que no nos vemos y la verdad es que sienta bien tener por unos días compañera de viaje.
Cuando llega, nos abrazamos efusivos. Han sido años. Y este no es el lugar más común de reencuentro.
Enseguida me presenta a Ana, su compañera de viaje, una española-brasileña que va a realizar un voluntariado en Fort Portal, que se encuentra en nuestra ruta, así que nos veremos de nuevo… Aunque ella irá en coche.
Se despiden y nos disponemos a montar su bicicleta y sus alforjas. Es emocionante. Para ella es nuevo y para mí, sentir su energía me hace revivir esa emoción primera.
Con una sonrisa de oreja a oreja nos dirigimos a Entebbe y al llegar nos contamos aventuras y desventuras vividas los últimos años.
Trae jamón, el alimento más deseado cuando estoy fuera. Se me deshace en la boca. Me siento por un momento en casa y recuerdo lo bien que se come en España. Y el bien que hace la compañía conocida.
En estos viajes, la aventura lo compensa todo. La sensación de aprendizaje. De poder ayudar algunas veces. Pero la soledad es un compañero inseparable de ruta, hay que saber vivirla y disfrutarla…pero a veces, pesa como una losa y es por esto que me siento agradecido.
Había olvidado qué es tener un amigo cerca.
Emprendiendo el camino
Recuperada Verónica del viaje, nos levantamos con energía y salimos dirección a Fort Portal. Hoy empieza la aventura de nuevo. Es nuestro primer día en ruta. Y mi segundo día 0.
Sé que Verónica deberá adaptarse a muchas cosas. El viaje no es fácil. El sol, el calor, el polvo, la comida, los pinchazos, los kilómetros, las incomodidades…y un sinfín de imprevistos y peligros que no esperamos. Pero sé que compensa y deseo que le guste por lo menos una ínfima parte de lo que me gusta a mí.
Además, como hacen los africanos, mejor no preocuparse por problemas que todavía no han llegado. Paso a paso.
Un hombre llamado John Bosco
A los pocos kilómetros llegamos al río, donde atravesamos en canoa.
El calor sube rápido. Y cuando empezamos la marcha en terreno irregular, enseguida debemos parar debido al calor y la falta de fuerzas. No quiero que le dé una insolación el primer día.
Al inicio del descanso, se nos acerca un hombre de mirada franca y aspecto simpático. Es delgado, pero se presenta sano y con una vitalidad envidiable, a pesar de tener una edad avanzada para ser africano. Se hace llamar John Bosco y empieza a hablar con nosotros de manera fluida.
Con la conversación, el descanso se alarga, pero John Bosco se anima a contarnos su vida. Es padre de dos hijos y nos cuenta las dificultades de darles una educación en África, en especial lejos de la ciudad. Sin embargo, lo cuenta todo con una sonrisa de oreja a oreja. Es difícil hundir la moral de un africano. En especial de un ugandés. Y todavía más de uno como él.
La historia de John me parece interesante. Forma parte del día a día de una familia africana y para Verónica pienso que es un buen punto de entrada a la población ugandesa.
Aquí la vida no es fácil. La gente se levanta cada día muchas veces sin saber si comerá. O si podrá cubrir sus necesidades básicas. O si con suerte, podrá conseguir un trabajo que pague la educación de sus niños. O las vacunas de enfermedades que seguro contraerán en algún momento. Pudiendo fácilmente ser el fin de su corta vida.
La mortalidad infantil en África es 10 veces superior a Europa. Y la esperanza de vida en Uganda, es tan solo de 57 años.
Pero a pesar de ello, difícilmente se lamentan con energía. Simplemente asumen sus vidas precarias pero libres de los corsés temporales y sociales de occidente.
No son esclavos del reloj, ni de falsas necesidades. Ni tienen que demostrar nada a nadie. Saben valorar lo que te da la vida. Fluirla de una manera natural. Pues simplemente son. Sin carcasas. Saben vivir el momento, ya que la experiencia les dice que las cosas irán saliendo. Cada día. Con las respuestas y los recursos llegando uno a uno.
Así que , como John Bosco, en general responden a los problemas con calma. Y a las novedades que te presenta la vida, como dos blancos en bicicleta, con el mayor regalo que te puede hacer un desconocido… con una amplia sonrisa…Un impacto directo al corazón. Un regalo para el alma.
Gracias John Bosco por tu preciado regalo.
Fort Portal
Cuando seguimos, pronto la ruta nos traerá pinchazos y un sinfín de subidas y bajadas que harán que nuestra marcha sea más lenta de lo esperado.
Pero forma parte del camino y Verónica descubre en ruta la simpatía africana de los niños. Aunque se trata de zona sencilla y rural, se nota que ya no estamos en tierras remotas. Los niños, no nos tienen miedo. Se nos echan encima. Y responden a nuestra generosidad con más generosidad todavía. La madre de uno, después de darle nosotros una chocolatina, le da unas palomitas para que nos las traiga. Es lo que tienen. Y no vale un no por respuesta. Y lo agradecemos como un regalo precioso.
Compartir, en África forma parte de su cultura. Es su instinto, su educación desde que son bien pequeños. Y la primera vez, cuando das algo a un niño, sorprende porque lo primero que hace siempre es ir a compartirlo con sus hermanos.
Estos valores, cuesta verlos en occidente. Desgraciadamente los hemos olvidado. Nos hemos acomodado. Pues nuestras vidas son fáciles. Y el espíritu de supervivencia ha desaparecido, substituido a menudo por un narcisismo desmedido. La cultura del yo y de la imagen, del pretender ser, nos domina, con una carcasa de superficialidad brillante, cegadora, detrás la cual nos escondemos, temerosos de nosotros mismos.
No queremos ver. No queremos ser. Preferimos vivir agazapados detrás de esta luz externa que oculta el interior de nuestras almas, a menudo grises.
Nuestras metas, son en la mayoría superfluas. Un mejor coche, una mejor casa, un mejor trabajo. O una serie de caramelos bombardeados por los medios . Caramelos que mostramos como si fueran nosotros. Nos creemos grandes. Nos creemos Dioses.
Dioses del tiempo. Del dinero. De la tierra, de las cosas…De las almas.
Y podemos con todo.
Lo tenemos todo.
Pero Queremos más. Y lo queremos ahora.
Mas en realidad, nos estamos protegiendo. Nos seguimos ocultando tras la brillante luz de nuestra flamante carcasa, de nuestras cosas…simplemente para no vernos.
En Africa y aquí en concreto, en Uganda, disponen de pocas facilidades, pocas cosas materiales, pero tienen un sentido de urgencia por vivir. Pues tienen muy presente que la vida se les puede llevar fácilmente. Así que quieren aprovechar el momento. Pues quizás no tendrán un mañana.
Se disponen a vivir. Aunque para ello no tienen prisa. No la entienden. Pues saben que es la vida la que dispone al ritmo que quiere, no nosotros. Pues al contrario que en Occidente, no juegan a ser dioses.
Aquí Dios es laTierra. Ella dispone y ella manda. Ella da lluvia y comida. Ella nos cede su rico suelo para que vivamos y disfrutemos. Y también es quien castiga, con enfermedades y con sequías.
Viven al día, aunque tampoco pueden hacer otra cosa.
Despedida en Fort Portal
Finalmente, llegamos a Fort Portal, donde visitamos el proyecto de Ana, donde cuidan a niños sin familia. Algunos abandonados, por sus deficiencias físicas o mentales. Pues son vistos como una carga demasiado grande por sus familias.
Pasamos un fin de año agradable con Ana y dos voluntarios más. Vivimos la fiesta como los únicos blancos. En un bar estilo occidental. Una mezcla de culturas. Una noche divertida.
Es nuestra despedida, pues Verónica se vuelve a España, junto con Ana.
Han sido días difíciles, donde el calor y el esfuerzo físico nos ponen al límite. Pero con historias del día a día africano que dan que pensar…y espero que Verónica, como yo lo haré más adelante, se lleve un poquito de este continente hacia Europa. Un poquito de su Calma. De su alegría. De su sencillez. De su generosidad. Valores que a veces parece que tenemos olvidados.
En África, el mejor regalo que te llevas son sus gentes. Que nos recuerdan lo que un día fuimos y lo mucho que perdimos por el camino.
Nos recuerdan que un día fuimos personas pobres, pero llenas. Y que podemos mejorar, cogiendo lo mejor de las dos culturas.
Hasta pronto Verónica.
Uganda te sonríe.
(Continuará)
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